Comentario
La arquitectura romana de los dos últimos siglos de la República se caracteriza por la mezcla, muy lograda, de elementos etrusco-itálicos y greco-helenísticos y por una innovación revolucionaria en la técnica de construcción: el opus caementicium, el hormigón antiguo.
El puerto de la Roma primitiva había estado siempre en la margen del Tíber comprendida entre el Palatino, el Capitolio y la Isla Tiberina. Allí, en las cercanías del Ara Máxima, dedicada a Hércules por Evandro y caracterizada por su rito griego, tenían su sede los forasteros residentes o transeúntes, en su mayoría griegos; allí, en el Forum Holitorium y el Forum Boarium se alzaron, y subsisten en parte, antiquísimos santuarios -los templos de Jano, de Juno Sóspita, y de Portunus- junto a otros de épocas más recientes.
El ejemplar más típico y mejor conservado en Roma misma de un templo tardorrepublicano es precisamente el de Portunus, errónea pero popularmente llamado de la Fortuna Viril, cuando su titular era aquel Portunus, el dios de la puerta (portus en las Doce Tablas. 2, 3) de la casa, de tanta importancia en el hogar y en el matrimonio ritual romano (por lo mucho que de él dependía la felicidad de los cónyuges).
La relación semántica de portus y porta tuvo la culpa de que al asumir Jano la tutela de todas las puertas de la ciudad, Portunus se quedase sólo con la más próxima a su sede, la Porta Flumentana y el inmediato Portus Tiberinus. El templo se remontaba al siglo IV, pero hubo de ser rehecho totalmente como consecuencia de la remodelación de aquella zona durante el siglo II a. C. Su construcción debió de iniciarse a fines del siglo II y de continuar hasta mediados del siglo I, pues en este período empiezan a emplearse en Roma el travertino, la caliza fina de Tibur que aún hoy se utiliza mucho, y el tufo o toba rojiza del Anio. De travertino son las seis columnas jónicas de basa ática del pórtico y las basas y capiteles de las cinco semicolumnas de cada lado de la cella (los fustes de aquéllas y las paredes de ésta, en toba del Anio). Una capa de estuco pintado lo revestía e igualaba todo. De estuco también eran los relieves de candelabros y guirnaldas del friso, coronado por una cornisa denticular y un cimacio lésbico. Las cabezas de león (canecillos) de las cornisas laterales se conservan relativamente bien.
El edificio es, en esencia, un templo itálico, con pórtico hexástilo en su primer tercio (dos intercolumnios) y cella en los otros dos tercios. El podio, la escalinata frontal (de reconstrucción moderna) y el pórtico profundo, le imponen la orientación unilateral característica. Otra cosa es el templo griego, abierto por los cuatro costados e indiferente a su entorno. El arquitecto, seguramente griego, cumplía con el ritual romano y quedaba en libertad de revestir el edificio del refinamiento de un jónico impecable.
A poca distancia, y ya en el Foro Boario, se levantó unos años después el edificio más antiguo de mármol que se conserva en Roma, de mármol pentélico, importado de Atenas y, por tanto, costosísimo. Se trata de un templo circular, que también contaba con antecedentes itálicos bien acreditados y no menos antiguos que los thóloi griegos; pero ahora las formas, diseñadas quizá por Hermodoro de Salamina, delataban la oriundez griega del arquitecto, como la ejecución de las finezas de la labra apuntaba a la manó de obra itálica.
Su forma circular determinó el nombre que llevó mucho tiempo, Templo de Vesta, hasta que una inscripción, que seguramente corresponde a la basa de su estatua de culto, aportó información muy distinta: el templo estaba dedicado a Hércules Víctor Olivarius, patrono del comercio de aceite. El donante, tal vez un rico olearius, se llamaba Marcus Octavius Herrenus; y el escultor, Scopas minor, un griego del siglo II.
El templo de Hércules Víctor hubo de ser restaurado por Tiberio y ha perdido el entablamento original; pero es un precioso periptero corintio de veinte columnas de mármol asentadas en un basamento de toba de Grotta Oscura, elocuente testigo de la helenización de la Roma de los Escipiones.